La inflación, como el colesterol, no es tan mala como la pintan

Insights, Perspectives 2021
15/09/2021 por Dan Scott Tiempo de lectura: 3 minuto(s)
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De la inflación, especialmente el tipo de inflación descontrolada que se ha visto recientemente en países como Zimbabue, siempre se ha dicho que es un azote para la humanidad. Un salario que valga hoy mucho menos que el día anterior es, sin duda, la receta perfecta para el declive económico e, incluso, la revolución. Europa, a la que persiguen todavía los recuerdos de la hiperinflación en tiempos de guerra, es posible que se muestre especialmente sensible a las señales de subida de los precios. Sin embargo, como sucede con el colesterol, hay una versión de inflación buena y otra mala.

Una cantidad moderada de inflación es saludable. Es reflejo de un crecimiento sólido de la economía, de los beneficios empresariales o de los salarios de los trabajadores. Necesitamos esa clase de inflación del mismo modo que necesitamos la lipoproteína de alta densidad, el colesterol “bueno” que nos limpia la sangre.

Desde la crisis financiera mundial, los bancos centrales han tratado desesperadamente de hacer crecer la inflación, sin éxito. Una ligera subida de precios de alrededor del 4% o el 5% en un año en un periodo de bonanza económica brinda a las autoridades monetarias la posibilidad de rebajar los tipos de interés cuando llega una recesión. Sin embargo, las tendencias deflacionarias que empujan a la contra, unidas a la digitalización, el envejecimiento de las poblaciones y la globalización, han demostrado una y otra vez que son más fuertes que los esfuerzos de los bancos centrales.

Hasta hace poco, las tasas de inflación de doble dígito que azotaban a los países industrializados parecían un fenómeno del pasado. Se alcanzaron niveles así durante los tiempos de guerra entre 1800 y la Segunda Guerra Mundial y, de nuevo, durante la crisis de los precios del petróleo en la década de 1970. Estos niveles obligaron a los bancos centrales a replantearse su concepción de la política monetaria. Ahora que estamos viendo subidas puntuales aquí y allá, nos preguntamos si se trata finalmente de la consecuencia de las medidas extraordinarias de los bancos centrales.

Pagar menos por la deuda en el futuro

La presión al alza sobre la inflación total que hemos visto en los últimos meses se debe todavía principalmente a efectos básicos, patrones estacionales y algunas dificultades para aumentar la capacidad de producción de motores económicos por lo general bien engrasados. Pero, incluso aunque resultase ser algo más que un parpadeo en la pantalla de la inflación, no debería ser un motivo serio de preocupación siempre que la subida permaneciese bajo control. Después de todo, la inflación podrá ser un azote, pero si se mantiene en un nivel moderado, también es un signo de vigorosa actividad económica. Además, una tasa de inflación controlada puede ayudar a reducir la deuda pública. Puede ser más sencillo liquidar una deuda de mil millones de USD en un entorno inflacionario ya que, a la larga, la inflación rebaja el precio del dinero.

Deberíamos temer a la deflación, no a la inflación

No debemos olvidar que el opuesto de la inflación, la deflación, puede ser mucho más devastador. No existe una versión buena de este fenómeno. En los periodos en que se da un movimiento generalizado de bajada de los precios, los consumidores no tienen ningún incentivo para gastar. Las empresas responden recortando costes y despidiendo a trabajadores, con lo que empieza un ciclo bajista tóxico. Está comprobado que las tendencias deflacionarias son especialmente difíciles de romper. Japón, la tercera mayor economía del mundo, lleva años utilizando todos los medios posibles para luchar contra la deflación y tratando de elevar los precios, Esta especie de “japonización” de la economía mundial es lo que los bancos centrales y los gobiernos de Occidente han estado tratando de evitar. La marea de liquidez que han arrojado a nuestro sistema económico global debe, en último término, traer al menos un grado moderado de inflación. Si lo consigue, podremos ver una repetición del esplendor de los últimos veinte años del siglo pasado. Si no, tal vez debamos prepararnos para una década perdida a la japonesa.

 

  

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